¡Despierte, señor! by Jonathan Ames

¡Despierte, señor! by Jonathan Ames

autor:Jonathan Ames [Ames, Jonathan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2004-02-11T00:00:00+00:00


Capítulo 20

Una charla con Jeeves acerca del desprendimiento del amor en contraposición con el desprendimiento de retinas * Doy un discurso sobre la posible aplicación interpersonal de la divisa del socorrista

—Oh, Jeeves —dije. Estaba en la cama. Era de buena mañana. Mi cerebro era una ampolla y mi boca una cartera de piel vieja sin dinero.

—¿Sí, señor?

—Oh, Jeeves…

—¿Sí, señor?

—Por favor, Jeeves. No lo hagas más. Estoy enfermo. No estoy para duetos.

—Sí, señor.

—Por favor, Jeeves. No más «Sí, señor».

—Muy bien, señor.

Cerré los ojos. Pensé que me venían arcadas. Me concentré en tranquilizarme con respiraciones de yoga.

—Tráeme agua, Jeeves.

Jeeves se desvaneció. Se fue al baño y volvió con un vaso lleno de agua. Me incorporé sobre un codo y me tragué el nutriente cóctel de dos partes de hidrógeno y una parte de oxígeno. El sol iluminó los bordes de mis delgadas cortinas blancas y confirió a la estancia un brillo amarillento de primera hora de la mañana. Miré mi reloj de viaje: solo eran las siete y media. Me dejé caer y me estiré en la cama cuan largo era.

—Bueno, Jeeves. El desastre ha vuelto a cebarse conmigo.

—Me lo imagino, señor.

—No he podido resistir.

—Lo sé, señor.

—¿Me odias, Jeeves?

—Por supuesto que no, señor.

—Pero es que deberías. He vuelto a caer en la bebida. Ni siquiera han pasado cuarenta y ocho horas.

—Su comportamiento, señor, es innegablemente propio de un alcohólico.

—Entonces deberías odiarme, Jeeves.

—No, señor. Me desprendo del apego.

—¿Igual que las retinas? ¿No quieres mirarme, siquiera?

—No exactamente, señor. Una vez oí que su tía Florence le hablaba a su tío Irwin acerca de la filosofía que había detrás de las reuniones de Alcohólicos Anónimos a las que asistía. Le dijo que así se desprendía del apego que sentía por usted.

—¿Qué crees que quería decir con eso, Jeeves?

—Que lo quería, señor, pero que no podía hacer demasiado por usted. Su tía reconocía que se sentía impotente e incapaz de ayudarle, pero que su comportamiento autodestructivo no le impedía quererle, a una distancia segura.

—¿Así que no me odiaba por mi alcoholismo?

—Correcto, señor.

—¿Y tú tampoco?

—Sí, señor.

—¿Sí me odias o sí no me odias?

—No le odio, señor.

—Siento pedirte que seas tan explícito, Jeeves. He dividido mi coeficiente intelectual por dos gracias a todo el licor que me he metido entre pecho y espalda.

—Lo comprendo, señor.

Me sentí desanimado. Nauseabundo. Con el cerebro encogido por la deshidratación. Moralmente derrotado. Con la nariz palpitante.

Jeeves se quedó de pie, pacientemente, a mi lado. La luz del sol seguía iluminando el borde de las cortinas, como una llama retorciendo la punta de un pedazo de papel. Inspiré al ritmo del yoga, tratando de sanar mi mente.

Pero entonces, un terrible aguijón de miedo se clavó en mi conciencia. No podía recordar cómo había vuelto a la habitación ni lo que había sucedido después de que el loco de Tinkle me condujera hasta el colapso. ¿Me habría metido en algún lío? Ya me había sucedido alguna vez cuando se producían mis proverbiales apagones. En la universidad, según mis amigos, me había golpeado la cabeza contra



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